El humano-pantalla

pantalla

El nuevo humano perdió su rostro y, en su lugar, le implantaron una pantalla.

La evolución se produjo por unos terribles brotes epilépticos que empezaron a sufrir algunos individuos. Los oftalmólogos descubrieron que, de tanto mirar pantallas, algunos humanos habían desarrollado una alergia desastrosa a mirar hacia cualquier otro objeto.

La luz del sol les fundía las retinas y el único brillo que resistían era el de las pantallas. El gasto en sanidad se hizo tan pesado que optaron por la llamada ‘solución de nacimiento’. En el mismo paritorio arrancaban la cara al bebé y le implantaban una pantalla que era reemplazada conforme el niño crecía y aparecían modelos más sofisticados.

La medida suponía, además, la entrada en la Era de la Verdad Única y Verdadera. El reconocimiento facial había quedado como una auténtica estupidez. Apenas ofrecía datos de una persona. En una pantalla, en cambio, se desplegaba todo su historial al mero silbido de un Policía Verdadero.

Los humanos-pantalla no podían besarse ni comer chocolate. Pero eso ya daba igual. La finalidad de la existencia era hurgar por las rendijas de los datos hasta extraer la última molécula posible de información.

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