Atenas

Atenas suena a cigarra. Tanto que, a veces, el ruido aplasta todo lo demás.

Atenas huele a jazmín cuando andas por la calle adecuada. Y es muy fácil abandonar la ruta turística para descubrir la ciudad.

Los mercados todavía huelen a carne en vez de a limpiacristales. El mundo aséptico, envuelto en plástico protector, no acaba de llegar. Quizá por eso las carreteras del país siguen siendo humildes y quizá por eso te regalan un plato de sandía después de haber pagado la cuenta.

Atenas, casi siempre, mete en tu mirada el Partenón. Está ahí arriba, como si fuera el faro del mundo, recordando el esplendor y la decadencia. Dicen que es un monumento pero, en realidad, es una declaración de principios.

Es lo que queda de la filosofía griega. Es su mejor metáfora. Algo se intuye aún del mejor Epicuro, pero ese bocado de proyectil en el edificio muestra que los ideales de ‘belleza, bondad y justicia’ andan hoy por los suelos en todo el planeta.

Atenas es el origen.

Atenas es, pese a todo, la felicidad.

Esto es Atenas en unas cuantas fotos.

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Al homomediterráneus siempre le ha gustado vivir en la calle. El Mediterráneo no sería Mediterráneo si la gente no sacara la silla a la acera e hiciera de la calle un salón vecinal. Pero aquí un ateniense ha ido un poco más allá. Ha sacado la lamparita a la fachada de casa y ha disuelto los límites clásicos de dónde empieza y acaba el hogar. Quizá el ateniense ha invertido el orden lógico de las cosas. O quizá ha dibujado la forma correcta en la que se ha de vivir.

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La eternidad es un canto de cigarras. Lo descubrí hoy en Atenas. Hace 25 siglos, un día como hoy, a más de 30 grados, las cigarras cantaban en Atenas. Tanto como ahora. Sócrates dijo a Fedro que olvidara su cantar, que ignorara el calor y que en vez de echar la siesta, como hacían los demás, se dejase llevar por el diálogo y los pensamientos. Las musas sabrían entonces que ellos no aceptarían la vulgaridad de dormir bajo la sombra de un árbol. Sócrates murió. Fedro también. Han pasado 25 siglos y, en realidad, no ha pasado nada. Las cigarras siguen gritando igual que lo describió Sócrates. Y los hombres, como entonces, a más de 30 grados, siguen echando la siesta si dan con la sombra buena de un árbol.

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En la ciudad del Olimpo todas las calles tenían dibujos. Y las que no eran dinamitadas. Ese era el modo elegido por el Consejo de Sabios para confundir a la Historia y reconstruir la ciudad. La revolución industrial, por ejemplo, se desvaneció entre unos botes de pintura y unos focos rojos. La industrialización pasaba desapercibida porque las fábricas parecían cuentos. La contaminación resultaba menos sofocante porque los dibujos entretenían a los sentidos. Era una nueva modalidad de urbanismo que reconvertía las ciudades-peste en lugares gloriosos. Era, en su denominación oficial, la arquitectura dibujada. Bella, barata y eficaz.

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Una esquina y una declaración: «El fútbol de la FIFA es un matadero. ¡Ojalá os saquen a todos en camilla!».

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Las casas dibujadas de Atenas.

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Las cigarras berrean. A las 3 de la tarde Atenas es una sartén hirviendo, aunque en los parques ponen el fuego al mínimo. Un griego lee el periódico y una tortuga del tamaño de un balón de fútbol cruza a pasos pesados de una sombra a otra.

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Poner techo a la ficción es una estafa. Por eso inventaron los cines de verano en Atenas. Los personajes aprovechan que duermen las cigarras para soltar su guión y ningún doblador se atreve a robarles la voz. En la pantalla aparece el actor completo, con su timbre y su personalidad sonora. He ahí la otra gran estafa de la ficción: el sonido. O, mejor dicho, la bastardización del sonido. Las charlas que se pegan las bandas de dobladores y el ckr-ckr infernal de las palomitas con sal.

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El supermercado empapelado.

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Atenas desde el Partenón.

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Los braquets del Partenón.

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Encontramos a Gipsy-Tipsy en una puerta de Atenas. Nos contó que después de la crisis el paro entre los monstruos era del 90%. Él, igual que sus vecinos, habían abandonado su profesión de toda la vida y se había reciclado en graffiti. El sueldo no era tan bueno pero, al menos, tenía algo que hacer.

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Un intermedio partió la guerra en dos. Estábamos en una montaña con los soldados de Kubrick en 1953 y, de pronto, se encendió la luz. El batallón desapareció y sonó música italiana de los años 70. Era el descanso. Como en los viejos tiempos. Como cuando las películas venían troceadas en rollos. De pronto estábamos en un cine de verano en la Atenas de 2014 y todo era al revés de lo que podía parecer. No habíamos vuelto al pasado. Al contrario. Aquello era lo más parecido a un entrenamiento de teletransporte. Y en realidad era el segundo viaje. La película, antes, nos había llevado a otro espacio. A otra dimensión de lucidez. Una que muestra que la guerra no es cuestión de países. Todo está en el interior de las cabezas.

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Mientras se mataban en la pantalla, un gato caminaba por el pasillo. Él, a diferencia de los demás, no era espectador. Ni tampoco la estrella fugaz que cruzó el cielo cuando, abajo, a sus pies, asistíamos a una guerra sin techo que Kubrick rodó en 1953.

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Los cines de verano de Atenas ante el desafío de los multicines. La bella resiste a la bestia.

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«When you love, please, mind the gap».

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Los dioses también pegan zapatazos. Estaba Afrodita tan tranquila en el 100 antes de Cristo cuando llegó Pan, con sus pies de cabra, a meterle mano. Afrodita se enfadó y Eros, el dios del amor, acudió a socorrerla. -Toma, so guarro-, dijo la diosa. Y le arreó un zapatazo. Parece que en todos los olimpos, arriba y abajo, siempre ha habido manos largas.

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En 2014 el humano es una máquina visual. El 90% de su atención se basa en lo que atrapan sus ojos. El 10% restante se reparte entre la boca, la oreja, la mano y la nariz. En Atenas es difícil ignorar el olfato porque los olores te asaltan sin temor. Desde el contenedor de basura a las matas de los parques. Del cigarro invasivo al café de las terrazas. Del carburante asesino al jazmín del atardecer. Dicen que el agua está llena de información y quien controle los datos que bebemos dominará el mundo. Nadie ha defendido aún que los olores están cargados de intenciones pero, efectivamente, lo están. El gasoil quemado arrastra una clara intención de exterminio. Las flores, en cambio, son una forma de eternidad. Vigilen bien lo que huelen porque en el aroma que tragan está escrito el mapa del futuro.

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El futuro es una copia digitalizada del presente. Hace 25 siglos ya existía el matrimonio y la dote, las sartenes y los botes de especias, las sandalias y los impuestos, las guerras y la esclavitud. Todo igual que ahora. No sé qué nos podría hacer pensar que dentro de 25 siglos no seguirán echando tomillo al pollo o firmando contratos para perpetuar legalmente la especie. Las formas habrán cambiado. Las personas mejorarán. En lo físico y lo químico. No creo que en nada más. Serán cíborgs entre el humano y el superhéroe. Pero probablemente sigan pagando (y evadiendo) impuestos. El futuro es conservador. Y siempre es más antiguo que la imaginación.

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El estadio más moderno de Atenas sobre las ruinas de uno de los más antiguos del mundo.

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Y aquí, en el origen, llega el fin. La ruta empezó en la esquina oeste del Mediterráneo y acabó en su corazón: Atenas #traintoalbania

One Comment

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